José Mesón Acosta, probablemente el más célebre de los expedicionarios de de la expedición de Constanza, Maimon y Estero Hondo, en 1959, debido a su pavorosa foto sentado en la Silla Eléctrica de La 40, tomada por “El Fotógrafo de La 40”, Pedro Anibal Fuentes Berg (Chichi), antitrujillista infiltrado.
Fue sargento de la Marina de Guerra durante la tiranía; además, fue guarda espaldas de Ramfis y trabajó en el yate Angelita. La cercanía con la dictadura le hizo conocer las atrocidades del régimen y en un viaje a Nueva York donde acompañaba a su jefe, decide unirse a grupos antitrujillistas en 1958, solicitando asilo en tierras estadounidenses. Allí tuvo a sus hijos: Juan Miguel y Darlene Mesón Holmes.
Con la firme decisión de liberar a su patria, se unió a un grupo de luchadores antitrujillistas dirigidos por Manuel Batista Clisante, quienes pretendían arribar al país partiendo de las costas de Miami. Pero la conjura fue descubierta y desarticulada el 29 de julio de 1958.
Mesón Acosta, un año después, esperanzado con el triunfo de la Revolución Cubana y con la solidaridad que prometía, se trasladó a La Habana, donde se unió al Movimiento de Liberación Dominicana (MLD). El MLD, con el apoyo de Fidel Castro, fundó el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que se encargó de aglutinar a los hombres más decididos. Ellos conformaron una expedición de 198 combatientes, quienes divididos en tres grupos, irrumpieron en República Dominicana en el mes de junio de 1959: uno en avión, por Constanza, otro en la lancha “Carmen Elsa”, por Maimón y el tercero, en la nave “Tínima”, por Estero Hondo.
José Mesón Acosta, era el maquinista de la lancha “Carmen Elsa”; en el trayecto tuvo que arreglarle el timón y posteriormente asumir su dirección.
El 20 de junio, Mesón Acosta se cubrió de gloria, al hacer realidad el desembarco por Maimón.
Tal como dice el himno del 14 de junio, estos “Llegaron llenos de patriotismo, enamorados de un puro ideal, y con su sangre noble encendieron la llama augusta de la libertad”; pero, el poderoso aparato bélico trujillista, que esperaba la expedición, la diezmó en pocos días.
Mesón Acosta, herido de bala en la pierna izquierda, a los dos días del desembarco cayó prisionero.
Primero lo llevaron a la Base Aérea de San Isidro y después a la cámara de tortura de la cárcel de La 40, donde, tras golpearlo con vergas de toro, varas de bambú y alambres de púas, lo sentaron en la Silla Eléctrica.
Como el hijo del tirano, Ramfis Trujillo lo consideraba un traidor, pues fue su guardaespaldas, ordenó que lo torturaran con fuertes voltajes y luego lo asesinaran frente sus antiguos compañeros de armas, para que ninguno de ellos se atreviera a imitar su ejemplo.
Muchos de estos antiguos compañeros de Mesón Acosta, fueron transportados en varios camiones al campamento Trujillo de la Marina, en la avenida Independencia, donde hoy está Radio Patrulla, y los colocaron en formación en el patio, junto al personal del recinto, en un lugar colindante con la Correa y Cidrón. Reinaba un silencio sepulcral. Repentinamente llegaron tres vehículos de San Isidro, y de cada baúl sacaron un expedicionario y los ubicaron en el centro. De los tres prisioneros, atados sus brazos a la espalda, el más moreno, fornido y alto, parecía un despojo humano, con sus ojos rojo sangre y su cuerpo atiborrado de hematomas: Era José Mesón Acosta.
A él se dirigió el capitán de corbeta Germán Bello, con las siguientes palabras: “Mesón, ¿cómo es posible que tú hayas traicionado al Jefe y a la Marina?”
El prisionero con su mirada perdida, apenas sosteniéndose sobre sus pies, intentó hablar, inútilmente. Germán Bello lo derribó de una bofetada. En el suelo, le colocaron un lazo al cuello, de una soga que colgaba discretamente de una robusta rama de una mata de mango, y halaron a Mesón. En el pináculo lo retuvieron un minuto y lo dejaron caer contra el suelo asfaltado. Tras repetir esta acción cuatro veces, soltaron la soga y él, ya cadáver, se precipitó a tierra. A seguida el cabo barbero, Rossó Piña, con un enorme y filoso cuchillo le cercenó los órganos genitales y le dividió el cuerpo en cuadritos.
El oficial de mesa, alferez Jesús María Boñuela, de origen español, indignado, comentó a media voz: “¡Qué barbaridad!”. Este comentario le costó la vida: a los tres días lo asesinaron valiéndose del muy usado método trujillista de “accidentarlo” en un automóvil.
El barbero Rossó Piña, continuando con su macabra tarea, arrastró con la soga el cadáver de Mesón Acosta, llenando de sangre el asfalto del patio, y se lo mostró a los militares presos por faltas disciplinarias, para que les sirviera de escarmiento. Finalmente, junto a varios de sus compañeros, con las culatas de fusiles, le destrozaron la cabeza e introdujeron su cuerpo en un saco de cerveza Heineken, al que le pusieron rocas en el fondo y lo lanzaron al mar.
Este crimen, el más salvaje, sádico y cruel realizado en un recinto de la Marina de Guerra dominicana, tuvo como colofón el ahorcamiento en la mata de mango, de los otros dos expedicionarios.
En cuanto al barbero Rossó Piña, en los años 90, ya pensionado de la marina, moriría tranquilo en su cama; y Germán Bello, instalaría un restaurant.
IMÁGENES DE NUESTRA HISTORIA
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